No hay una “manera definitiva” de aprender un idioma, ya que cada persona aprende de forma y con tiempos diferentes.

Uno de los aspectos fundamentales del aprendizaje de la lengua es la motivación: ¿por qué queremos aprender esa lengua? Por consecuencia, los métodos de inmersión (que consisten en vivir en un lugar donde el único idioma vehicular es la lengua elegida) suelen funcionar porque a cualquier motivación personal se le añade la motivación extra de querer vivir/sobrevivir en el lugar en el que nos encontramos. Además, esto nos proporciona una gran cantidad de “input”, cuya abundancia es fundamental para aprender una lengua, tanto para gente adulta como para bebés.

Por esta razón, suelo recomendar encontrar contenidos artísticos o digitales de interés y calidad en la lengua de elección para mantener una exposición continuada (aun así, hay pruebas de que los inputs que se reciben a través de una pantalla no tienen la misma calidad que los que se reciben en persona). Es posible interiorizar “más o menos” la gramática de una lengua sin recibir clases formales, aunque haya personas a las que les cueste más y que, en cambio, progresan más ágilmente si reciben explicaciones teóricas sobre la lengua. Por esto, si se decide acudir a la enseñanza formal, es importante que las clases estén diseñadas para el estilo de aprendizaje de cada persona.

En definitiva, aunque no hay una fórmula mágica, es importante recordar que: todo el mundo podemos aprender un idioma a cualquier edad, si tenemos la motivación adecuada; es necesario recibir cuanto más input posible, y cuanto más variado posible, mejor si en el lugar donde ese idioma se habla de forma nativa; y, si decidimos ir a clase de lenguas, es importante que estas se modulen al estilo de aprendizaje propio (con lo cual, clases de grupos pequeños y profesorado flexible en su metodología). A partir de estos supuestos, que cada persona experimente ¡hasta encontrar su propia fórmula!