La inteligencia es un factor de supervivencia que prima algunas estructuras de atención y respuesta en favor de otras para facilitar el aprendizaje. Así, establece siempre una relación entre los efectos y las causas, por ejemplo, hasta el punto que cuando no puede establecerlo se lo inventa. Todo tiene que tener una explicación. Todo tiene que tener un porqué. Si no lo sé, me lo imagino, pero no puedo dejar un efecto sin causa.

Otro ejemplo son los patrones. La mente prefiere los patrones y si no los encuentra se los inventa también. Eso explica que encontremos formas en las nubes o en las constelaciones. Cuando encuentra alguna de estas estructuras de atención y respuesta (en los ejemplos anteriores, una relación causa-efecto o un patrón) tiende a perfeccionarla, pulirla, repetirla... Le genera el placer asociado a la supervivencia. En resumen, al aprendizaje.

Algunos patrones son más sencillos (en su arquitectura) que otros. Una canción que se articula con un patrón Do y Sol es muy sencilla porque son dos notas muy emparentadas entre sí. En cambio, un patrón articulado en Do y Re es muy disonante porque son dos notas que están muy juntas. La música tiene en común con el lenguaje lo que llamamos "prosodia", cadencia o musicalidad de las palabras en la frase.

Cuando la prosodia y la estructura musical (la armonía que se crea por el orden de los acordes) son sencillos y bien sintonizados se crea un patrón que va a tender a la repetición. Esa repetición crea placer al cerebro porque le da lo que le gusta, según hemos establecido antes.