En palabras llanas son sencillamente obsesiones. Pensamientos que entran en el flujo de nuestra mente de forma repentina, a menudo no estando aparentemente relacionados con el momento o la situación en la que estamos. Son repetitivos y muy resistentes a la extinción. Las personas con trastorno obsesivo compulsivo los padecen de forma recurrente, pero también puede experimentarlos cualquier persona que no esté afectado de esa patología; por ejemplo en situaciones de especial tensión laboral o ante una amenaza a situaciones futuras (económicas o de salud, por poner otros ejemplos). Otra experiencia de pensamientos intrusivos se da a menudo en los celos.

Ocurren porque nuestra mente está diseñada por la evolución para prevenir amenazas. Cuando esas amenazas son muy ansiógenas, la ansiedad que generan sirve de señalizador, de avisador a nuestro sistema para que no se duerma, para que intervenga al efecto de bloquear la inminecia del peligro. Si esa ansiedad es insidiosa, es decir, si nos notamos inquietos pero no sabemos detectarla ni definirla, y nuestro estado emocional es de desequilibrio sin poder relacionar su origen, entonces quedamos a merced de esas emociones y de los pensamientos que generan que, como no pueden resolverse, son repetitivos, lo que incrementa la señal del "avisador", la ansiedad, lo que cierra el círculo.