Decimos que un material es biodegradable cuando puede descomponerse de forma natural gracias a la acción de microorganismos, como bacterias, hongos y algas, presentes en el medio ambiente. Durante este proceso, el material se transforma en sustancias más simples y no contaminantes, o que ya se encuentran de forma natural en el entorno como agua, dióxido de carbono (CO₂), sales minerales y, en condiciones sin oxígeno, también metano (CH₄). 

Este tipo de descomposición no necesita intervención humana y no deja residuos tóxicos si el proceso es completo (es importante tener esto en cuenta, hasta que no se descomponga del todo, todavía quedan restos del material original). 

Cuanto más rápidamente y completamente se degrade un material, más biodegradable se considera. Un ejemplo cotidiano es el de una cáscara de plátano, que al tirarse al suelo o al compostador, los microorganismos del entorno la descomponen en pocas semanas. 

En cambio, el plástico convencional puede tardar cientos de años en degradarse, y en muchos casos no lo hace completamente. Por eso se considera un material contaminante. En pocas palabras, un material biodegradable es aquel que la naturaleza puede "reciclar" por sí misma, integrándolo nuevamente en los ciclos biológicos sin causar daño ambiental.